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Red Perspectivas: Nacional

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Posverdad en Chile

¿Qué es la posverdad? Primero hay que aclarar que el término existe y que se hizo conocido el 2016, cuando el diccionario de Oxford la declaró como la “palabra del año”. Además, la Real Academia Española (RAE), la define como: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencia y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.

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Tal como se ha señalado en diferentes estudios y análisis, este concepto comenzó a ser considerado después de algunos hechos mundiales, como por ejemplo la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y también el avance, en algunas naciones de Europa, de la extrema derecha. Para todos estos estudios, la posverdad es la realidad versus la percepción, es decir, construcción de una verdad, basada en mentiras y apelando, especialmente, a las emociones, dejando de lado la razón.

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Uno de los aspectos esenciales en el periodismo, aunque algunas veces se olvida, es que para publicar una información, se debe contar con datos fidedignos, contrastarlos, dejando de lado los rumores y lo que diga una sola fuente. Basado en esto, es que se ha señalado que el canal del cual más se sirve la posverdad son las redes sociales. Ahí el rumor, la mentira, sobre la base de las creencias y percepciones, se transforman en hechos verídicos.

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No obstante, muchos estudiosos, entre ellos Faride Zerán, periodista y actual vicerrectora de comunicación y extensión de la Universidad de Chile, sostienen que los medios de comunicación a nivel mundial, controlados por grandes conglomerados comerciales (en Chile se habla de un duopolio comunicacional), también generan posverdad principalmente exacerbando ciertas “realidades”, creando verdades fundamentadas en hechos no comprobados, pero que al ser difundidos, se transforman en verdades.

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Uno de estos ejemplos, lo expuso justamente Faride Zerán, que citamos textual: “El más reciente ejemplo que nos conduce también a los entramados de la información “seria” tiene alcances internacionales y se relaciona con el ataque químico contra civiles sirios en la provincia de Idlib. Las noticias apuntaron al régimen de Bashar Al Assad y su ejército como responsables de este crimen, pese a que a comienzos del 2016 la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) había anunciado la destrucción total de esas armas por parte del régimen sirio. Sin embargo, el 21 de abril último la Comisión Investigadora del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas para Siria emitió un comunicado señalando que no había evidencias que demostraran el uso de armas químicas por parte de Damasco contra la población, cuestión que no fue tan ampliamente difundida como aquella que responsabilizaba a Al Assad, instalándose esta última como una verdad irrefutable”.

 

En nuestro país el problema es muy grave, porque si hay posverdad en las redes sociales, como cuando se creo el concepto de “Chilezuela”, esta también abunda en los medios tradicionales de comunicación. Sólo basta comprobar el rol que jugaron en el pasado gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, donde uno de los mayores ejemplos es como el tema de la corrupción política, donde las redes de empresarios y políticos están concentrados en la derecha, se terminó revirtiendo y quedando la idea, entre las personas, que la mayor corrupción estaba en el gobierno y los partidos de la Nueva Mayoría.

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Esa es la realidad mundial y nacional que se vive. ¿Qué podemos hacer ante esto?, especialmente si los medios de comunicación se mantienen en poder de los grandes consorcios, que estimulan el actual estilo de vida.

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Y la única respuesta posible es la más antigua de todas: organizarse. En nuestro país el Colegio de Periodistas de Chile, junto con luchar por la devolución de los deberes y derechos que tenían en antaño los colegios profesionales, viene desde hace años bregando por una ley de prensa, que ante todo asegura una verdadera libertad de expresión y que todos los sectores tengan el mismo trato y llegada a la opinión pública. No es una solución inmediata, pero permite que la sociedad, a través del Estado, por ejemplo, regule el monopolio o duopolio comunicacional, fomentando el ingreso, con aporte público, de otros actores. Una gran verdad, es que el mercado no regula nada, y tiene que existir la participación estatal (no confundir con Gobierno).

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En la propuesta del Colegio de Periodista, que viene escribiendo este proyecto de ley desde hace más de una década, se resalta el desarrollo de los medios regionales independientes y no de grandes consorcios, y también el defensor de audiencias, donde el rol es asegurar que los medios de comunicación consideren todas las opiniones en torno a un tema.

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No podemos dejar que la posverdad siga prevaleciendo en nuestro país, porque eso es conveniente para el sector que tiene el poder económico, porque como expuso Faride Zerán: “Cuando hablamos de posverdad nos referimos a noticias falsas, verdades a medias, ausencia de fuentes confiables; en definitiva, al mal periodismo. Se trata de un viejo tema con nombre nuevo. Porque confirmar la información, chequear las fuentes, ampliarlas, confrontarlas y contextualizar los hechos son parte de un periodismo cuya dimensión ética es intrínseca a su quehacer. Ocultar viejas prácticas bajo nuevos nombres no mitiga el impacto ni la gravedad de la falta”.

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Y en esa presentación, ella entregó el siguiente ejemplo y como, desde la Dictadura, nuestros más importantes medios de comunicación han avalado y ayudado a instalar mentiras por sobre verdades:

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“El 12 de septiembre de 1976, en el sector de Los Molles, apareció el cuerpo de una mujer. Su cadáver había sido lanzado al mar desde una aeronave luego de ser detenida y confinada en Villa Grimaldi, donde murió a consecuencia de las torturas. Los diarios El Mercurio y La Segunda la describieron como una bella joven víctima de un crimen pasional, aunque al poco tiempo el odontólogo y académico de esta la Universidad de Chile, Luis Ciocca Gómez, identificó el cadáver como el de Marta Ugarte, profesora y militante del PC de 42 años. En esa línea, y a propósito de la muerte de Agustín Edwards y del rol de El Mercurio en el ocultamiento de crímenes de lesa humanidad, el caso de Marta Ugarte resulta otro ejemplo de muchos, de cómo la posverdad es la naturalización de la mentira disfrazada de posmodernidad”.

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